Ahora que el mundo está movido, no olvidemos que las relaciones internacionales (RRII) y la geopolítica (GEO) van de la mano. Una sin la otra jamás nos dará una visión acertada o completa de lo que sucede con el poder internacional. No se puede conocer a medias una ni la otra, por eso mientras los diplomáticos deben dominar la GEO, que es la aprehensión analítica y racional, y siempre con prospectiva de la geografía  pegada a la política o viceversa, pensando en los objetivos estratégicos de un Estado, los militares deben empaparse de la ciencia de las RRII, que estudia todos los fenómenos dialécticos -según sus características suelen llamarlos tensiones, pugnas, controversias, conflictos, guerras, etc.,- que se producen en la interacción entre los diversos actores del sistema internacional como está sucediendo en estos momentos entre EE.UU. y Rusia por el asunto de Ucrania. La referida naturaleza inseparable de las RRII y la GEO es de tal magnitud que, su alianza teórico-práctica intrínseca, se convertirá en el mejor plato servido para los estrategas de la política, la diplomacia y de la guerra, poniéndolos en un inmejorable punto de partida para adelantarse a los posibles escenarios en el globo con el exclusivo objeto de otorgar confianzas efectivas a los actores políticos por antonomasia, es decir, a los jefes de Estado y otras autoridades. Así, Joe Biden o Vladimir Putin, tendrán que confiar en sus expertos porque los pasos que decidan podría empoderarlos o tal vez desgraciarlos, siempre pensando en Ucrania. Es indispensable que los expertos en RRII y en GEO tengan olfato político, y sin excusas aquellos que más cerca se hallen de la máxima autoridad política del Estado. No es necesario que sean diplomáticos o militares porque a ninguno les pertenece como erróneamente se cree.  Sí lo es que conceptualice con precisión la diferencia entre la realidad y la ficción, lo que es de lo que podría ser, la verdad de la falacia, y que no tenga miedo porque el actor político lo mirará a los ojos para tomar decisiones, como lo hizo Richard Nixon, el mejor presidente contemporáneo de los EE.UU. -más allá de su desgracia por el caso de Watergate-, fijamente sobre Henry Kissinger, para decidir cruzar los continentes y llegar hasta China para reunirse con Mao Tse Tung.

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