La ansiada certificación de la vacuna contra el Covid-19 tiene el sello de Rusia. Así como lo lee, estimado lector. No ha sido el Reino Unido, EE.UU. ni China, cuyas empresas farmacéuticas aparecían como las más prometedoras para alzarse con ese privilegio.

Vladimir Putin es el más feliz de todos los gobernantes de la Tierra porque la hazaña, guste o no a sus detractores dentro y fuera de Rusia, lo va a empoderar. Le ha quitado la primicia planetaria a Donald Trump que se preparaba para vociferar al mundo entero con tono de salvador de la humanidad y con ello conseguir revertir las encuestas camino a las elecciones presidenciales del próximo 3 de noviembre.

También a Xi Jinping que acercándose a la Organización Mundial de la Salud (OMS), buscaba transmitir la idea de una China muy solidaria con los pueblos del mundo, al pregonar una distribución masiva y hasta gratuita. Las noticias para ensombrecer el trabajo de los científicos rusos no se ha hecho esperar y no debe sorprender.

En esta columna venimos sosteniendo la teoría de las pugnas, propia de las relaciones internacionales, que por la aparición de la pandemia del Covid-19, se ha convertido en una realidad dominadora internacionalmente.

El privilegio de dar a conocer la vacuna empodera y da prestigio, eso no puede ser negado en el marco de una convivencia planetaria en que la psicología global está pendiente por hallar la vacuna que dé vuelta a la página a una sociedad mundial que vive en la incertidumbre y el sosiego hasta que la vacuna sea aplicada masivamente a las poblaciones del planeta, sin excepción.

Si Putin miente, una posibilidad remota, será odiado por su propio pueblo y podría terminar con un efecto patéticamente adverso al conseguido, y hasta propiciarse una censura internacional, inédita. La única realidad, sin triunfalismo, es que los tiempos para la certificación de la vacuna, han comenzado.

Ahora lo que toca es que nuestro país con casi 33 millones de habitantes, sea de los primeros en obtenerla. Es un trabajo de pura gestión política y diplomática, y no de dinero porque felizmente tenemos.