Cuesta trabajo entender el fanatismo compulsivo del ministro Alejandro Salas por el presidente Pedro Castillo. De hecho, no tiene un pelo de tonto y, por eso mismo, su caso hasta acarrea ribetes psicológicos. Lo cierto es que utiliza un catalejo especial para mirar el caminar del mandatario y, luego, sotierra el mal paso con una desvergüenza sin parangón. Bertrand Russell decía que “mucho de lo que pasa por idealismo es odio o amor al poder enmascarado”. Y creemos que por ahí sopla el viento.

Escrito está que la idealización es la “consideración o representación de una persona o cosa como un modelo de perfección ideal que no se corresponde con la realidad”. Solo una visión bajo esta perspectiva puede llevar a Salas a elucubrar que “la prisión preventiva (de 30 meses) de Yenifer Paredes ha fortalecido” al mandatario. O Salas vive cautivado por algo que no sabemos del maestro chotano o, simplemente, está enamorado de su fajín y, con tal de mantenerlo, no le importa perder la correa.

Para Freud, “la idealización es un proceso que envuelve al objeto; sin variar de naturaleza, este es engrandecido y realzado psíquicamente”. Y, según la congresista Patricia Chirinos, que de amor y de odio conoce muchísimo, “yo no sé si el señor Salas se enamoró del presidente, porque lo miró a los ojos y le creyó. No sé si está enamorado o de su cuota de poder y el sueldo que cobra todos los meses”. Es lo que hay.

La cuñada-hija de Castillo Terrones es investigada como parte de una red criminal que, según el presupuesto fiscal, encabezaría el inquilino de Palacio de Gobierno. En el entender lisonjero de Salas, “Yenifer se ha sacrificado por nuestra democracia”. A veces suena descabellado el titular de Trabajo.