El año que ayer se fue nos ha dejado dos pendientes, aparte de la lucha contra la inseguridad en las calles, que en verdad son eternos: mejorar la calidad de la salud y la educación que brinda el Estado a la gente de menores recursos con el dinero que aportamos todos los ciudadanos que pagamos impuestos. No se puede mantener el cuidado del bienestar físico y mental de los peruanos, y la formación escolar de niños y jóvenes de la escuela pública, como las últimas prioridades de los sucesivos gobiernos.
Es inaceptable que el 2024 haya estado marcado por las brutales cifras de contagiados y muertos por dengue, que los hospitales públicos se sigan cayendo a pedazos mientras la gente clama por fecha para una cita o una operación tantas veces postergada o que los equipos médicos malogrados obliguen a los pacientes a cruzar la pista para ir a un privado a desembolsar el poco dinero que llevan en el bolsillo. La salud pública tiene que ser de calidad, y digna de los seres humanos de un país donde sus autoridades se jactan del crecimiento de las cifras macroeconómicas.
Lo mismo sucede con la educación, donde el único problema no es la deficiente infraestructura de los colegios, sino la calidad de la enseñanza a cargo, en muchos casos, de profesores ideologizados que solo saben pedir aumentos sin ofrecer nada a cambio. Urge hacer más atractiva la carrera docente para que mejores profesionales aspiren a ella. Solo así los futuros ciudadanos del Perú estarán en condiciones de ser más competitivos frente a los que vienen de escuelas privadas y gente de otros países.
Lamentablemente no se puede pedir mucho a la presidenta Dina Boluarte, a quien se le debe reconocer la puesta en marcha de los colegios Bicentenario. La señora más anda preocupada en las investigaciones que tiene en el Ministerio Público, en la situación de su hermano Nicanor y en sobrevivir en el cargo una vez que el Congreso que hoy es su aliado, se voltee y pida su vacancia, que en hacer gestión por el país que la eligió. Sin embargo, al menos debería sentar las bases para mejorar la salud y la educación.
Lo más grave de todo es que las falencias en salud y educación, entre otras, servirán de insumo para cualquier aventurero radical y pirómano que con un discurso encendido y antisistema saldrá a ofrecer “soluciones” si es elegido en el 2026. Ya lo hemos visto con Ollanta Humala en su momento, y después con el golpista Pedro Castillo, que se valieron de las necesidades más elementales de los peruanos para llegar al poder, aunque luego hayan demostrado que eran un fiasco, sólo ídolos de papel que acabaron muy mal. Pero el daño ya estaba hecho.