Acorralado por su propia conciencia y por su incapacidad de desvirtuar las evidencias de corrupción, el Gobierno opta, tal como lo anunciamos, por la guerra total. Eso siempre sucede cuando un acusado o un sospechoso carece de una defensa consistente y no puede desvirtuar con claridad un indicio en su contra. Sin otra alternativa posible, solo le queda atacar a sus acusadores, magnificar sus puntos flacos, desviar la atención hacia ellos y tapar con titulares escandalosos su responsabilidad.

Cuando la guerra es total, todo se supedita a ella. El paquete económico por ejemplo, que presenta paliativos superficiales que no curarán la enfermedad que ellos mismos causaron, encierra un arma adicional para su guerra al pretender que la UIF, que es un apéndice del Gobierno, pueda levantar secretos bancarios a diestra y siniestra, aunque sea abiertamente inconstitucional, con la finalidad de convertir la supuesta lucha contra la corrupción en una esencia de la lucha política.

Lo mismo sucede con la necesidad constitucional de dar respuesta de su gestión por parte de los ministros, especialmente el de Defensa y el del Interior, que en lugar de hacerlo, simplemente insultan ya no solo a la oposición sino a la prensa y a los analistas especializados. Ello porque, al igual que los sospechosos con conciencia de culpables, no tienen nada que decir para justificar sus mentiras. Último ejemplo: los insultos al diario El Comercio por parte de Urresti cuando quedó develada la farsa de la “elite” policial que iba a salir a las calles “de civil”, cuando eso eran justamente.

Esos ministerios, así como las demás dependencias del Estado, como la Sunat, los Registros Públicos, la Dini, la SBS, el Reniec, etc., se vienen dedicando a reglar opositores, espiarlos, chuponearlos, hackearlos, trollearlos, armarles expedientes, para contraatacar con reportajes y escandaletes de cualquier índole. Piensan, como Goebbels, que mientras más inverosímil sea la imputación y más altisonante sea su difusión, más efectividad tendrá.

El Gobierno ya no gobierna. En realidad, nunca gobernó. Solo usó el poder, que es distinto. Y como este le gustó como la miel, ahora se dedicará a matar para conservarlo.