Desde que la presidenta Dina Boluarte dijo en Washington, Estados Unidos, hace cinco meses, que el “Perú ahora es un país que está en calma y paz”, todo ha ido peor que nunca. Estas palabras eran una falacia en ese tiempo,  ahora ya parecen una fantasía. El Perú vive una grave crisis, el Gobierno no tiene estabilidad y los peruanos creen menos en la democracia.

La mandataria quiso dar una imagen positiva del país, pero la buena voluntad y el optimismo tienen un límite: la realidad. El Perú pasa por un momento crítico, caótico, plagado de escándalos políticos, inseguridad ciudadana y deterioro en la calidad de vida de la población. Además, hay una notable falta de confianza en las instituciones.

De esta forma, el sistema democrático peligra ya que hay muchos en los tres niveles de gobierno y en el Congreso que persisten en burlarlo y servirse de él. Por ello, no sorprende que solo 2 de cada 10 peruanos esté satisfecho con la democracia en el Perú, según el último informe del Barómetro de Las Américas. Lo más preocupante es que 8 de cada 10 personas consideren que los derechos básicos de la ciudadanía no están bien protegidos por la democracia. Esta percepción no es recomendable para el desarrollo del país, pero tampoco es raro: rechazan a un sistema que les da la espalda.

Sin embargo, debe quedar en claro que el enemigo son los políticos incapaces y corruptos y no la democracia. Es comprensible que la suma de negligencia y rapacidad de mucha gente metida en el Estado indigne, pero eso no puede generar que el descontento nos lleve por un camino peligroso, apostando por extremistas que prometen restituir la autoridad moral y de la palabra, pero en realidad quieren seguir hundiendo la democracia y desaparecerla.

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