Juan José Santiváñez, el cuestionado y protegido ministro del Interior de la presidenta Dina Boluarte, ha sido echado tanto por su responsabilidad política en la ola de violencia que nos castiga, como por las investigaciones que afronta y que a toda costa ha tratado de al menos retrasar por medio de recursos abogadiles. Se va del cargo a través de la censura de un Congreso que por varios meses lo ha blindado y que solo ha reaccionado por la indignación ciudadana que ha generado el asesinato de un músico el fin de semana pasado.

Ahora la mandataria tendrá que encontrar un reemplazante sin cuestionamientos como los que arrastraba Santiváñez, y que sea capaz de ponerse al centro, junto con ella, de un acuerdo con el Ministerio Público, el Poder Judicial y otros frentes para lograr una alianza nacional, convencida de que solo se podrá hacer frente a la criminalidad si todos patean la pelota hacia el arco rival y no se meten zancadillas los jugadores del equipo que en teoría defiende a la ciudadanía

Esto era imposible de lograr con Santiváñez en el cargo, quien además, con toda seguridad, gran parte del día lo tenía que dedicar a atender sus chanchullos judiciales y sus pleitos con el Ministerio Público, en lugar de hacer gestión por la seguridad ciudadana que hace agua por todos lados, y tratar de mejorar la labor de la Policía Nacional que cuenta con excelentes efectivos que deben ser los más grande indignados por convivir con malos elementos que hace tiempo debieron ser expulsados por la puerta falsa.

El nuevo ministro debería evaluar la permanencia del comandante general de la PNP, Víctor Zanabria, que hace poco culpaba a la prensa de que la gente viva aterrada por la ola de criminalidad que nos golpea. Quizá quiera que dejemos de informar, tapemos el sol con un dedo e inventemos que vivimos en una idílica pradera. El caballero ha cumplido su ciclo y estoy seguro que detrás de él hay excelentes generales con ganas de trabajar y de capturar a delincuentes que hasta hoy han tenido padrino o madrina, como Vladimir Cerrón.

Pero más allá de la censura a Santiváñez, la presidenta Boluarte debería darse cuenta de la facilidad con que los congresistas que un día son leales al gobierno, se van al otro lado y votan por una censura –o quizá más adelante por una vacancia–. Esta gente camina en dirección a donde soplen los vientos y por la presión de la calle. Bastó que asesinen a un músico y la gente pida la cabeza del ministro del Interior, para que en el Congreso la mayoría también se indigne y vote por la salida del ministro.

TAGS RELACIONADOS