Con mezquitas gobernadas por controles y toques de queda -el año pasado estuvo completamente vacía la Másyid al-Haram, el primer lugar santo del islam, en Arabia Saudita-, ha lucido a discreción el inició la Fiesta del Ramadán, el pasado 13 de abril, debido a las medidas adoptadas por la pandemia en el mundo musulmán.

En el caso de Pakistán en donde algunas de las mezquitas en 2020 se mostraron resistentes a cerrar sus puertas a la oración, ahora se ve más precaución. Esta fiesta es la celebración islámica del ayuno por excelencia y de la elevación para la purificación espiritual. Camino a los 2000 millones de fieles en el mundo -Indonesia es el país como más musulmanes en el planeta (204,8 millones)-, lo viven en completo respeto, conforme las exigencias de esta importante religión monoteísta, que fuera fundada por Mahoma, el Profeta Mayor, en el 622 d.C., en la península arábiga, al haberse producido la experiencia histórica, conocida universalmente como la Hégira, que fue la migración o hiyra -algunos la refieren erradamente como huida-, del profeta desde la ciudad de La Meca a Medina luego de que en aquella se resisten a aceptar la nueva religión.

El Ramadán tiene dos fechas claves: la noche del decreto o Lailat el Qadr, que recuerda el momento de la revelación del Corán, el libro sagrado del Islam a Mahoma, que es el día del inicio del ayuno (fue el referido 13 de abril), y el Aid el Fitr, en que finaliza -será el 12 de mayo-, y se celebra una gran fiesta.

Por 30 días los musulmanes ayunan y se abstienen de mantener relaciones sexuales durante las horas de luz hasta la puesta del Sol. En este tiempo renuevan actitudes, como en ninguna otra etapa del año, hacia la mansedumbre y el pacifismo. Habiendo interactuado con grupos de ellos en mi ruta terrestre desde Tel Aviv, Israel, -país que es el epicentro del Judaísmo, históricamente la primera religión monoteísta con registro, la segunda es el cristianismo-, atravesando el Sinaí hacia El Cairo para contemplar las Pirámides, destaco sus cálidas afectividades, de allí que los confinamientos en los países musulmanes por el Covid-19 que se dieron en 2020 y las medidas para este año, con relativa flexibilización, también debe haberles cambiado la vida a las poblaciones de esta parte del mundo.