Este lamento doloroso se escucha con frecuencia cuando un padre descubre que otros adultos estaban al tanto de problemas serios que afectaban a su hijo, pero eligieron guardar silencio.

Estos problemas abarcan desde el consumo de alcohol, drogas y otras sustancias riesgosas, el acoso escolar, la sexualidad irresponsable, hasta la depresión y el pensamiento suicida.

A menudo, quienes conocían estos problemas justifican su silencio por miedo a intervenir, temor a reacciones negativas de los padres o poner a sus propios hijos. No obstante, la protección de los hijos debe ser una responsabilidad compartida.

La comunicación abierta y honesta entre padres, cuidadores y otros adultos es esencial para la seguridad de los hijos. Se necesita un sentido de comunidad entre padres amigos, aquellos cuyos hijos comparten actividades y entorno, para garantizar el bienestar de los jóvenes.

La reciprocidad es una razón poderosa para actuar: si esperamos que otros nos informen sobre problemas similares con nuestros hijos, debemos hacer lo mismo por los demás. Incluso los amigos de nuestros hijos deberían tener el coraje de alertar a los padres si ven que están sufriendo, demostrando así auténtica amistad y preocupación por el bienestar.

Para ello, es importante crear un ambiente de confianza entre padres y amigos de los hijos. A pesar de posibles reacciones iniciales negativas, los padres valorarán la sinceridad y la oportunidad de intervenir antes de que la situación empeore. La responsabilidad compartida de proteger a nuestros hijos es fundamental para su seguridad y bienestar.

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