Debo reconocerlo: Este 28 de julio, pese a que se conmemora el bicentenario de la fundación de la República, no me da para la celebración ni el optimismo. No solo por el suicidio colectivo de medio país que eligió la peor alternativa política de gobierno sino fundamentalmente porque todo lo que se advirtió para evitar la catástrofe, tiene todos los indicios de empezar a concretarse.
El principal escollo del régimen que se inicia hoy no solo es Vladimir Cerrón, el ideólogo desfasado, dictatorial y corrupto que acecha a Pedro Castillo, su gente lumpen y su entorno indeseable, sino el propio presidente, que asoma como una malagua desorientada, sin carácter ni vigor.
El reino de la improvisación es el que campea. No hay gabinete, equipos ni planes de gobierno y en el centro del maremágnum de desorganización está un jefe de Estado desorientado y temeroso, que no tiene la menor idea de qué hacer con el país, ni la energía y convicción para deshacerse del jefe de una mafia que busca implantar un modelo comunista para perpetuarse en el poder.
Pero ese panorama aterrador y triste fue advertido, y eso eligió la mitad de una nación que hoy acude estupefacto a un día que debería ser de fiesta pero que no es más que una marca en el calendario de la incógnita y la fecha del estreno de un enigma. ¿Será el Perú otra vez más grande que sus problemas? Habrá que esperar que la frase de Jorge Basadre vuelve a cumplirse, como otras veces, ojalá ahora más temprano que tarde, ojalá sin más traumas ni convulsiones, ojalá sin marchas, protestas y muertes. Ojalá, por el bien del país, que muy pronto festejemos el bicentenario.