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Hace una semana, cuando entrevistamos a la escritora española Rosa Montero, aprovechamos para preguntarle su opinión sobre lo ocurrido en la ceremonia de inauguración de la reciente Feria Internacional del Libro de Lima, en la que en su mesa principal —que incluía al homenajeado Mario Vargas Llosa— estaban sentados ocho hombres y ninguna mujer. “Sucede en todas partes, el sexismo es una ideología, en el sexismo se nos educa a todos, hombres y mujeres, es un prejuicio y, como todo prejuicio, pasa inadvertido, nadie que lo tiene es consciente de que lo tiene y nos pasa también a las mujeres. No vemos la realidad de una manera equilibrada; en muchos lados la palabra del hombre sigue siendo la ley”, nos dijo la novelista. “Hay una voluntad de luchar contra eso, pero el prejuicio, ese parásito del pensamiento que está antes del juicio, nos hace caer en estos micromachismos o macromachismos de poner una mesa de inauguración con ocho hombres”, agregó. Ni una palabra más, ni una menos, clarito como lo dice la Montero. Así funcionan los prejuicios, sin darnos cuenta, creyendo que así es, que así debe ser. Lo mismo sucede con el racismo, esa práctica cotidiana y dolorosa en la que se cree que una raza es la superior y a partir de allí hay que excluir, discriminar, agredir, separar a las personas que consideramos que no merecen el mismo respeto. La discriminación sucede de una forma directa, sin mucho disimulo, absolutamente básica en la cotidianidad, pero también hay muchas otras formas, soterradas. Por ejemplo, la que vimos hace algunos días, donde bajo el pretexto del humor se descalifica a alguien por su origen y sus características físicas: es el caso de nuestra medallista Gladys Tejeda. El imitador Fernando Armas, quien caracterizó a la deportista huancaína en su programa de televisión, ofreció disculpas luego por si la corredora se hubiera sentido ofendida porque esa “no fue su intención”, y vaya que quizá sea cierto. El artista está convencido de que lo que hizo no está mal, que solo apeló a resaltar algunas características de la mujer que imitaba, pero... allí está el problema. Es lo mismo que sucede con “La Paisana Jacinta”, “El Negro Mama”. Sus creadores insisten en que son inofensivos, que divierten, pero reafirman estereotipos, ofenden, mantienen viva esa discriminación a peruanos por su origen étnico y social. El racismo, en cualquiera de sus formas, no da risa, siempre hay que recordarlo.

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