Ha sido una semana de celebraciones en el mundo entero, pero principalmente en Europa, conmemorando el final de la Segunda Guerra Mundial. En efecto, el 9 de mayo de 1945 Berlín, hasta ese entonces el reducto de los nazis con Adolfo Hitler a la cabeza, caía por los aliados con los rusos a la vanguardia en su incursión triunfante. Ese hecho tiene enorme connotación para Moscú que lo llama la Gran Guerra Patria. Stalin siempre quiso sacar provecho de esa fecha y me parece que Putin en estos tiempos, también. El imponente desfile militar que ayer hemos visto en la Plaza Roja, más allá de significar el festejo de una efeméride ciertamente trascendente, pues puso fin a uno de los episodios más desgraciados de la humanidad, quizás quiere dejar traslucir un poder que realmente no tiene el líder moscovita. El referido rimbombante despliegue nos ha recordado a los fastuosos desfiles a que estuvieron acostumbrados los líderes de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) durante la Guerra Fría, que lejos de provocar sentidos nacionalismos en los estados vencedores, infundían temor en las gentes que habían vivido el holocausto de la nefasta guerra. Creo que Putin quiere mostrar un poder -repito- que no tiene y eso en el contexto de enorme vulnerabilidad en que se encuentra Rusia, no sería lo mejor. Ha sido sintomático que en la celebración promovida por un Kremlin desgastado y dependiente no haya habido un solo líder importante de Occidente que acompañara el aniversario de la gesta. La presencia del secretario general de las Naciones Unidas, el coreano Ban Ki-moon, que tiene carácter diplomático y ecléctico, se daba por descontada, pero la notable ausencia de los líderes de las potencias europeas y sobre todo de Estados Unidos, recuerda a Rusia su calidad de Estado con sanciones permanentes.