El primer ministro español, Pedro Sánchez, volvió a mostrar reflejos ante cualquier revés político o ataque desde la oposición. No hace mucho tiempo, al día siguiente de la derrota de su partido en los comicios regionales, convocó un adelanto de elecciones parlamentarias para producir un giro a la noticia y una jugada maquiavélica: convocar los comicios en plenas vacaciones del verano. La opinión pública se enfocó en los próximos comicios en vez del reciente y estrepitoso fracaso en las urnas.

La última muestra de sus rápidos reflejos se produjo el pasado miércoles 24 de abril. La imputación a su esposa sobre una supuesta malversación de fondos públicos lo llevó a decretar cinco días de reflexión fuera de cámaras. Nuevamente, la noticia cambia especulando su inminente renuncia; nada de eso, Sánchez reaparece el lunes 29, visitó al Rey y luego pronunció un discurso reafirmando sus deseos de continuar, a la vez de denunciar los golpes bajos de la oposición y los medios. Su gabinete y militantes celebran su decisión como si se tratara de un marido afligido que, a pesar del dolor de amor, decide seguir cumpliendo con su deber.

Los reflejos rápidos en política son una cualidad que compensa los errores cometidos y Pedro Sánchez tiene esa habilidad, pero siempre con un ingrediente maquiavélico; vuelve a investirse como primer ministro, pero a costa de pactar con un partido proterrorista y aprobar la amnistía a unos separatistas. Hace una finta de renunciar, para luego brindar la apariencia de “viudo desconsolado” en vez de un “primer ministro vergonzante”.

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