Resulta lamentable que la imagen del Congreso haya rodado por la pendiente y terminado por ser percibida por la ciudadanía como expresión de la decadencia nacional. Los partidos políticos más importantes tienen que ser conscientes de que esta situación no solo los afectará directamente el 2026, sino que podría significar un peligro para la propia institucionalidad democrática en el corto, mediano y largo plazo.

La imagen de Tacora, de mercado persa, la de un territorio liberado para los tráficos de todo tipo, se ha consolidado en la retina popular. Esto no ocurrió de la noche a la mañana, sino que es la suma de yerros y constante falta de comunicación con el pueblo, de un aislamiento suicida que tiene años y que hoy se ha acentuado dramáticamente.

El ciudadano de a pie ha acuñado la frase “otorongo no come otorongo” para graficar la escandalosa complicidad de sectores del Congreso con parlamentarios probadamente corruptos, como por ejemplo los “niños” y los “mochasueldos”. Y hoy para acentuar la putrefacción institucional, se ha abierto una Caja de Pandora siniestra y ya la prensa habla de “casquivanas” trabajando en las oficinas congresales, brindando favores sexuales para comprar votos. ¿Dónde estamos?

A grandes males, grandes soluciones, dice el sentido común. Y esto supone cortar de raíz con todo aquello que la gente rechaza cada vez, de manera más directa y firme. La ciudadanía apreciaría el uso urgente y masivo de medidas muy drásticas para expectorar a todos los delincuentes, con curul y sin ella.  Estamos a tiempo para hacerlo, la pelota está en su cancha.

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