Hace pocos días se difundió en medios locales que Brasil albergará la sucursal de la automotriz china BYD para la producción de vehículos eléctricos en la región. Se trata de una inversión de aproximadamente 1,100 millones de dólares, esto es, un poco menos de lo invertido en la primera fase del puerto de Chancay.

Estas decisiones de inversión no nacen de los impulsos ni de la euforia nacional que suele repetir como mantras mensajes de corte económicos que no transcienden del metro cuadrado de análisis y prospección. Que BYD abra su sucursal en Brasil obedece a una estrategia comercial planificada y estudiada con anticipación, que mantiene inalterable los patrones de producción de ambos países, esto es, un Brasil generador de industria y un Perú primario exportador pues el cobre que producimos en el Perú el que abastecerá a la planta brasileña.  ¿Solo a esto podemos aspirar?

Para atraer ese tipo de inversiones, además del clima de inversión e institucionalidad que debe existir en el país, se requiere de condiciones habilitantes para la implementación del negocio: capital humano, tributación clara, infraestructura de conectividad y facilitación del comercio. ¿Qué ha hecho el Perú desde el 2019 en que se logró la adhesión del socio chino en el puerto? Simple, dedicarse a vacar presidentes y cerrar congresos. Cero avances en las políticas públicas necesarias para poder generar industria y promover desarrollo en el país.

La optimización del TLC con China en lo concerniente a medidas sanitarias y fitosanitarias para el acceso de carne de ganado beneficia a la industria brasileña. Claro, habrá un impacto positivo para la mano de obra peruano hacia este lado de la frontera. Si los países ricos se caracterizan por las políticas públicas que fomentan la acumulación de capital, vuelvo a mi pregunta, ¿solo a esto podemos aspirar?