El fuerte rechazo al “apruebo” de la propuesta constitucional progresista ocurrido en Chile, constituye una derrota continental para los impulsores de la agenda 2030.

Nadie sabe explicar con exactitud qué es lo que ocurrió. Hace solo dos años, la mayoría (80%) de la población chilena apostó para que se redactara una nueva Carta Magna, enterrando así la constitución de corte liberal dictada en los años 80. Sin embargo, cuando todo estaba listo para su aprobación, la desaprobación o “rechazo” al texto constitucional alcanzó el 62%, cifra que no fue registrada por ninguna encuestadora. Hay que tener claro que aquí no ha ganado la derecha, ¡no! Pero sí ha perdido la izquierda progre.

Para el análisis se tiene que considerar dos aspectos importantes: la forma y el fondo. Por un lado, la izquierda chilena abusó del simbolismo, de la parafernalia y la intensa confrontación entre la población. El discurso separatista, la narrativa de refundación de la república y el apoyo de los falsos valores ahondaron la aversión hacia la propuesta. Por otro lado, cambiar un Estado unitario a uno plurinacional y el riesgo geopolítico que esto representa, era incalculable. La limitación de libertades inherentes al ciudadano, tales como la propiedad individual, determinaron el resultado.

La democracia para la izquierda, hoy, con aires de progresismo, es la imposición de la concepción de Estado de las minorías a las mayorías. Esto último es lo más antidemocrático que puede existir. En rigor, la democracia moderna es el gobierno de las mayorías, respetando y acogiendo las expectativas de las minorías..

En el Perú, debemos pasar a una ofensiva democrática con propuestas inteligentes, modernas, responsables y pragmáticas, y no terminar con experimentos o disparates modales como lo ocurrido en Chile ¡Aún estamos a tiempo!