En el Perú se nos vienen 27 días tensos, días en los que será difícil pensar en otra cosa más allá de “¿quién ganará la elección?”. Sin embargo, la incertidumbre no acabará el 6 de junio. De hecho, recién comienza.

¿Qué se necesita para acabar con la incertidumbre?, ¿cambiar de modelo? Yo creo que no. El modelo ha funcionado.

Como ejemplo, podemos decir que el Presupuesto General de la República de 1998 fue de 29.5 mil millones de soles, y el del año 2020 fue de 177.4 mil millones. Así, mientras que el crecimiento de recursos en el 2020 sextuplicó la cifra de 1998 (600%), la población creció solo en un 25% aproximadamente.

Ello indica claramente que el modelo económico de los últimos 25 años ha permitido un muy significativo incremento de los recursos públicos (caja fiscal) vs. el crecimiento poblacional; lo cual debería traducirse en un gasto per cápita en bienestar del ciudadano -suficiente como para producir una igualmente significativa mejora en los servicios públicos a cargo del Estado.

Sin embargo, cuando llegó la pandemia en el 2020, teníamos únicamente 100 camas UCI y unos servicios públicos que rápidamente colapsaron ante las presiones que el virus les impuso. Nadie dudó en echarle la culpa “al modelo”. ¿Qué pasó?

Ocurrió aquello que debemos impedir que siga ocurriendo en el futuro: que los recursos públicos que se descentralizan se pierdan entre burocracias, ineficiencias, y la rampante corrupción.

Cuando digo “el problema no es el modelo” no quiero decir “todo debe seguir tal y como está”. En este caso, la fórmula para redistribuir es revisar por completo el proceso de descentralización del gasto e introducir elementos (a partir de un sistema eficaz para la rendición de cuentas) que garanticen que los recursos que se trasladan, lleguen a quienes corresponden y no se pierdan en el camino -ni se vayan al bolsillo de autoridades regionales ineficientes y corruptas.