Hemos ingresado a una dinámica tóxica para el país. La polarización política y los desaciertos gubernamentales van dejando paso a desconfianzas totales sobre buenas intenciones o posibilidades de diálogo. Las cartas extremas de la confrontación están echadas y en algún momento tendrán un desenlace. Mientras ello sucede el avance del país está bloqueado. Peor aún, en pleno retroceso.

Los últimos hechos de corrupción llegan hasta el presidente de la República y por más visitadores regios que vengan para cambiar la situación, ésta se refleja en deslegitimación acelerada en las encuestas. Incluso la dinámica de las explicaciones necesarias ha sido barrida por la intolerancia de unos y otros. Dar explicaciones es tarea esencial de los políticos para hacerse entender y rendir cuentas al soberano. Pero por algún extraño prurito se han ido alejando hasta desaparecer, dejándonos sin argumentos racionales.

Lo que impera es el ataque y la drasticidad de las soluciones que podrían no ser tales y dar lugar a mayores e insolubles problemas. En el régimen de Pedro Castillo nadie se cree obligado a comparecer públicamente y asumir la responsabilidad de defender decisiones con razones e información. Al parecer nadie cree que nos merecemos explicaciones sobre las acusaciones a funcionarios de Palacio, algo muy inquietante y con pésimos efectos en la respetabilidad de quien personifica a la nación. Otra perla insólita es que el mismo personaje que bloqueó la pasada elección al TC presente ahora otra acción de amparo, contra el Congreso, por la moción de vacancia presidencial. Podemos estar en desacuerdo, pero es una prerrogativa parlamentaria sin posibilidad de cuestionamiento.

Menos aún de otro poder del Estado como el Judicial. Nuestra democracia está en cuidados intensivos y sus instituciones bajo fuego graneado. La ciudadanía en balcón, al margen de la política, incuba rechazos e indignación, preocupada in extremis por la supervivencia, pobreza, desempleo y encarecimiento. Todo para gustar como hubiera dicho mi abuelo.