Que el presidente de la Comisión de Fiscalización del Congreso de la República, Edgar Alarcón, tenga seis procesos abiertos en la Fiscalía sobre presuntas irregularidades cuando era contralor y que ahora se sume una declaración de un aspirante a colaborador eficaz que lo acusa de recibir una coima de 2 millones de soles, por lo menos genera desconcierto.

Para señalar a los corruptos con el dedo y vociferar a los cuatro vientos sanciones y cárcel, hay que tener estatura moral. ¿Edgar Alarcón la tiene? Las investigaciones lo dirán, pero debe quedar muy en claro que el tema de la honradez no puede pasar como un elemento secundario en la edificación de una imagen positiva del Parlamento.

Es lógico que para cumplir una tarea tan importante al frente de la Comisión de Fiscalización se necesitan transparencia y definiciones claras, que en las actuales circunstancias  son sumamente urgentes. Decir “son mentiras” no alcanza. Esperemos que los viejos vicios políticos de las complicidades mutuas y el “otorongo no come otorongo” se diluyan entre sus colegas.

Los peruanos queremos recuperar la confianza en los políticos y para ello es importante que el Congreso cumpla con una tarea insoslayable: garantizar la decencia de sus actos.