Hace tiempo quería escribir este artículo y no me animaba por ser polémico. La anulación del bachillerato automático (que implicaba un obstáculo burocrático y costoso para los estudiantes) es ocasión para hacerlo.

Antes para certificar el logro del título profesional y/o la licenciatura, era fundamental no solo el trabajo de investigación sino aprobar las competencias del perfil profesional de la carrera Un sector asumía las diplomaturas, las maestrías y los doctorados como logros personales trascendentes. En el caso del ejercicio de la docencia universitaria tienen un lugar protagónico.

Desde hace una década en la gestión privada, pero sobre todo-de manera intencional- en la gestión pública la oferta laboral da mucha importancia a los grados. Hay muchos casos en los que el bachillerato y la maestría (con el diploma o concluida) han sido suficientes para ser tomados en cuenta; por eso es que los jóvenes terminando sus estudios universitarios, antes de dedicarse a trabajar, ya están postulando a una maestría.

Las licenciaturas (títulos profesionales) por ejemplo, profesor, contador, médico cirujano, abogado, lingüista, psicólogo, ingeniero, son las que certifican realmente para un puesto de trabajo profesional (luego de la colegiatura). Entonces ¿por qué se ha llegado a una minusvaloración del título-licenciatura, sobre todo en el sector público? ¿Cuál es el rol de los colegios profesionales?

Planteo un dilema. Para llevar un curso sobre neurocirugía ¿es mejor que lo enseñe un médico -dedicado principalmente a la docencia- con magíster en neurocirugía, o un médico neurocirujano que opera todas las semanas en un hospital y está siempre actualizándose y participando en congresos, revistas y pasantías?

No pretendo descalificar a nadie, es una reflexión en voz alta. En mi caso me siento satisfecho de que me digan: “de maestro de aula a ministro de Educación”.