De acuerdo a lo que se va conociendo de las declaraciones del impresentable de Bruno Pacheco ante el Ministerio Público, Palacio de Gobierno se había convertido en la gran garita de peaje donde los contratistas y los coroneles que querían ascender tenían que dejar unos fajos de dinero tanto para el secretario de la Presidencia, como este mismo admite, como para el jefe de Estado.

Los defensores de la inocencia del jefe de Estado tendrán que ensayar alguna explicación para los fiscales y la mayoría de los peruanos se convenzan de que el honesto presidente Pedro Castillo no se daba cuenta que su hombre de máxima confianza movía miles de dólares sucios, incluso en su propia oficina.

También tendrán que convencer al país de que el jefe de Estado aceptó que se realicen dos fiestas de cumpleaños en Palacio de Gobierno, la propia y la de su hija, sin saber los antecedentes de Karelim López, la organizadora de ambos eventos. ¿Tan cándido es el profesor? ¿Podrán explicar esto el abogado Benji Espinoza o el defensor oficioso Alejandro Salas?

La situación del profesor Castillo es muy complicada, y nada gana con hacerse el molesto ni con salir a atacar al Congreso y a la prensa. Debería recordar que aún estamos en democracia.