Bien dicen que la familia no se escoge. No sé si así lo habrá pensado mi padre, José Lazarte Farfán. Son muchos los recuerdos que de él tengo. En particular, a pesar de la muerte, carencias y destrucción de la década de mis primeros años de vida (los ochentas), no recuerdo haber sido infeliz. Los padres de esa generación hicieron lo imposible para darnos una niñez feliz o normal. El amor en los tiempos del cólera, le decía yo. Así fue mi padre.

Cuando niños mi hermano y yo, solía llevarnos a la decana de América, su Alma Mater, a visitar a sus amigos de carpeta y vida política. Aún podíamos leer las pintas en las escaleras de las facultades “Lazarte presidente”, y es que, en la época de los jóvenes rojos de San Marcos, mi padre estudiante de Economía, fue dirigente nacional estudiantil y vicepresidente de la Federación de Estudiantes del Perú (FEP). Nos contaba las historias de cómo recuperaron San Marcos y sus enfrentamientos con el temido “búfalo Pacheco”; o del infructuoso ofrecimiento de exilio en el extranjero que, ante su negativa, le significó cárcel política de la dictadura de turno. Alfonso Barrantes Lingán, abogado y político de izquierda, asumió su defensa legal. Nunca le cobró.

Años después, su primogénita nacería el día de la independencia del país del capitalismo, ¡el colmo para un hombre de izquierda! Luego le sucedería el fracaso del proyecto de Izquierda Unida. Mi padre entendió que la izquierda y sus modelos obsoletos no fueron ni serían la solución, tampoco el capitalismo salvaje como decía él. Le dedicó sus años posteriores de trabajo al desarrollo del país, especialmente de la selva y zonas rurales. Ese es su legado.

A pesar de su memoria frágil, su alma y corazón nunca morirán. Al menos para mí.