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Nadie podría dudar que la lucha contra la corrupción es el punto neurálgico de esta etapa en nuestro país. Demasiado daño e influencias ha generado en gobiernos pasados para no enfrentarla con decisión y poner coto a tantos bandoleros de cuello blanco, que medran al amparo de cargos y funciones. Pero cuando se trata de enfrentar a poderosos y corruptos existen grandes dificultades intrínsecas que no podemos ni debemos desconocer.

Pisar callos, solicitar investigaciones, develar secretos, denunciar opacidades, trasuntar suspicacias, anunciar sospechas no son actitudes fáciles desde que pueden significar el sacrificio del valiente o del idiota, que se mete en camisa de once varas al evidenciar o perseguir a corruptos. Y por ello puede ser considerado peligroso, incómodo, inmaduro, desadaptado, hablador, figureti, no conciliador, irrespetuoso, divisionista, violento, agresivo, no funcional, más un largo etcétera que cae sobre todo hueleguisos entrometido al que se le condena al aislacionismo o a la estigmatización.

Meterse a combatir a los corruptos es comprarse pleitos gratis y asumir una cruzada que pocos entenderán y muchos preferirán ignorar y no implicarse. Por todo esto, el caso de Yeni Vilcatoma da para mucha reflexión y observación. ¿Es una luchadora honesta contra la corrupción o una compulsiva y desaforada sensacionalista indisciplinada, que busca titulares y protagonismo sin límites ni autocontrol? 

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