Conmueve contemplar como la sociedad española se ha organizado para ayudar a las víctimas de la DANA en Valencia. La sociedad española, al margen del Estado, está respondiendo con gran generosidad ante un desastre que ha tocado la fibra más íntima de la madre patria. A veces el Estado no sabe cómo responder, o tarda demasiado, y es la propia ciudadanía la que toma el toro por las astas y acude al llamado del más necesitado por encima de las banderas temporales de la política. Esto, que se llama unidad, es lo que hace a los países grandes porque están forjados en la historia por las cunas y las tumbas, por un proyecto común.
Esta unidad nacional se aleja, por supuesto, del estatismo controlista que aqueja a las ideologías más radicales. Ese estatismo, tarde o temprano, se inclina por construir un mastodonte burocrático de lenta reacción, que planifica mal porque no es capaz de comprender la velocidad a la que cambia la realidad ni las necesidades multiformes de una generación transformada por las nuevas tecnologías. El estatismo anquilosa, anestesia y castra la innovación necesaria para el crecimiento. La unidad nacional tampoco puede fundarse en ese egoísmo infantil que sostiene que el bienestar personal debe imponerse al bien común. Las naciones no se fundan sobre el egoísmo materialista. Es con hierro y no con oro que se construyen los grandes países y solo buscando la construcción de un mínimo bienestar que respete la subsidiariedad es que el equilibrio republicano prospera. Por eso, mientras tanto, “todos a una”, sin desfallecer, porque el gran sueño de las naciones poderosas es dejar un país mejor para nuestros hijos y para todos los demás.