La única forma de abandonar el diletantismo propio de las sociedades inmaduras es ponernos a educar a las nuevas generaciones. La educación superior se enfrenta a un nuevo paradigma, el mundo ha cambiado radicalmente. Si el Perú no reconoce este cambio de paradigma, si lo interpreta de manera errónea o si por una peligrosa reacción mercantilista nos cerramos al cambio el país perderá una oportunidad de oro, un tren del futuro que transformará a nuestros vecinos y los hará más competitivos y poderosos, debilitándonos sin remedio. Si algo nos ha enseñado la historia es que las autarquías siempre han fracasado. Pues bien, nada hay más peligroso para un país que diez años de soledad educativa.
Pienso, por ejemplo, en todas las innovaciones universitarias que se han creado en los últimos cinco años: la universidad del mañana, la híper-flexibilidad del aprendizaje, la transferencia de tecnología, la sustitución de cursos y exámenes tradicionales por casos del mundo real codiseñados por los stakeholders más innovadores de la empresa y la sociedad, la colaboración global tecnológica, la IA y el inglés en el desarrollo de las habilidades profesionales, la transformación de los contenidos, el desarrollo territorial unido a la creación de hubs sub-continentales, etc. La revolución universitaria debería ser uno de los grandes temas a discutir en las próximas elecciones y los partidos que aspiran al gobierno tendrían que percatarse que todo lo que proponen está ligado de una u otra manera a la calidad de universidades que estamos dispuestos a desarrollar. Porque sin universitarios globales toda política realista es inviable.
Sí, hoy más que nunca, hace falta una catarsis educativa que mire sin complejos y sin miedos adolescentes al mundo y a las universidades globales, porque en la universidad global es donde se está transformando la educación del mañana. Por eso, por el Perú, no hay tiempo que perder.