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Esta vez, la tragedia de fin de año no fue por un incendio generado por pirotécnicos, sino que llegó a través de la caída a uno de los abismos del serpentín de Pasamayo, de un ómnibus que venía de Huacho a Lima, tal como ha sucedido decenas de veces en ese mismo lugar que recién fue cerrado al tránsito de pasajeros una vez que hubo 51 fallecidos, cuyos cuerpos aún no terminan de ser rescatados pese al intenso trabajo de marinos, policías y bomberos.

Tuvo que suceder la tragedia, en junio último, en la llamada Galería Nicolini, para que las autoridades ediles y del Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo se den cuenta de que ahí la gente hacía lo que le daba la gana y que existía un riesgo latente de muerte. Con el accidente de Pasamayo ha sucedido lo mismo. Cierran la vía de inmediato y la Municipalidad de La Victoria clausura el terminal del ómnibus siniestrado por no tener los documentos en regla.

Y mientras usted, lector, pasa sus ojos por estas líneas, con toda seguridad Mesa Redonda y Gamarra, por citar solo dos ejemplos en Lima, siguen operando sin ofrecer garantías para la vida de los miles de comerciantes, trabajadores y clientes que llegan por ahí. ¿Los alcaldes están esperando una tragedia para aparecer con sus chalecos y con sus letreros de “clausurado”? No sería nada extraño. La Galería Nicolini y Pasamayo son una muestra de que así trabajan.

Ahí tenemos dos muestras de cómo funcionan nuestras autoridades, que reaccionan una vez que los muertos están siendo velados y trasladados al cementerio. ¿Hasta hace dos días nadie se dio cuenta del riesgo que ha implicado toda la vida el fatídico serpentín? Una situación similar ocurre en la Carretera Central, esa vía angosta expuesta a eventuales desprendimientos de las inmensas piedras que casi cuelgan de los cerros que la rodean.

Si somos un país que gasta millones de soles en campañas para promover nuestra imagen y el turismo desde el exterior, resulta inexplicable que las carreteras y el servicio de transporte de pasajeros sigan siendo tierra de nadie. ¿Qué ofrecemos a los visitantes? ¿El riesgo de morir en una vía formal y que supuestamente ofrece todas las garantías? ¿Así soñamos con entrar al selecto y exclusivo club de los países de la OCDE?