De no postergarse y aprobarse hoy la denuncia constitucional contra Pedro Castillo por traición a la patria, el presidente quedaría a un paso del caso más avanzado orientado a decapitarlo del cargo, algo que excesivamente merecido tiene. Los pronósticos en el pleno, no obstante, no son los mejores.
Alcanzar 66 votos sin la participación de los integrantes de la Comisión Permanente es casi tan inalcanzable como los 87 votos que se requieren para la vacancia en medio de un mar de conciencias compradas y que nadan en el Congreso como malaguas pestilentes. Y aquí se unen dos aspectos de esta tragedia interminable que es la continuidad de Castillo en el cargo. Ciertamente, la denuncia de traición a la patria adolece de rigidez jurídica.
No ha habido, ni antes ni después de la deplorable entrevista a CNN, un acto orientado a la entrega de mar a Bolivia y todo no parece ser más que otra de las innumerables brutalidades que emergen de la probada desinteligencia del supuesto maestro chotano.
El cauce legal, así, parece contaminado, pero habría que preguntarse también si una salida libre de estas máculas puede ser posible con decenas de congresistas comprados, bancadas alquiladas y dádivas repartidas en el único poder del Estado capaz de viabilizar un escape constitucional que nos libere de la farsa de una organización criminal disfrazada de Gobierno. Volvemos entonces a la figura de la democracia boba. Es decir, de un lado, un grupo aspira al respeto irrestricto de la ley y a una salida impolutamente jurídica y, del otro, un grupo de rufianes no tienen escrúpulos para mantener abusivamente su poder dilapidando la billetera de los recursos públicos, apelando al cogoteo político y al raqueteo sistemático sin atisbos de rubor. ¿Hay mayor traición a la patria que esa? La respuesta es no. Será, sin duda, una tangente, pero no una barbaridad legal; será el corte a un camino que irremediablemente se deberá transitar pero en el que cada día de retraso se mide en niños anémicos, familias hambrientas y jóvenes sin empleo. Y lógicamente, también, en lo indigno que es tener a un clon de “Caracol” en Palacio.