Si un día se cae un puente y a la siguiente semana se desploma el techo de un centro comercial, el mensaje es que estamos colapsando en cuanto a prevención. Si a esta realidad le sumamos el ingrediente de la inseguridad ciudadana; entonces, nos arriesgamos a decir que cuando uno sale de su casa ya no está seguro de si va a regresar, por lo que nos persignaremos dos veces.

No podemos echarle la culpa al destino por las tragedias que nos duelen. Sobre el caso del Real Plaza en Trujillo, no me digan que cuando la muerte toca no hay nada qué hacer. Porque en realidad había mucho por hacer: revisar las estructuras de manera periódica, aunque muchos empresarios se molesten diciendo que el Estado no deja trabajar.

En nuestro país es un lujo ser formal, por eso es que los rostros de los empresarios cambian cuando se les pide los certificados de Defensa Civil sobre la seguridad del negocio para los trabajadores y consumidores.

Si uno se sentía seguro en un centro comercial de millones de dólares de inversión, que genera miles de empleos y, supuestamente, brinda un servicio de calidad, ahora todo ratifica la versión de que nadie está seguro. Entonces, nos aterrorizamos preguntando: ¿se imaginan cómo se encuentran los locales pequeños que nacen producto del entusiasmo de un emprendedor?

Nos da rabia que, como deporte peruano, sea un consuelo el llenarnos la boca buscando culpables de la tragedia en Trujillo: algunos acusan a los empresarios y otros apuntan a las autoridades municipales. Tenemos que decir ¡basta! No podemos seguir improvisando a vivir seguros, ni esperar más desgracias para echarle la culpa al destino.