Los estadounidenses de 50 estados salieron a las calles contra su presidente, algo sin precedentes en la historia de la gran potencia que después de 250 años tiene su primera crisis constitucional por la arbitrariedad que desconoce el principio elemental de la separación y equilibrio de poderes. Donald Trump colisiona con los jueces y avasalla al Congreso mientras desata el caos económico global. La protesta rechaza la guerra arancelaria que enfrenta EEUU con China, dos gigantes que harán temblar la tierra en que pelean. Trump proclamó el “día de la liberación” de su país y las bolsas del mundo se desplomaron. Luego vino el rechazo de gobiernos, inversionistas y grandes empresas que vaticinaron el fin del orden global y un retroceso comercial al siglo XIX. No son meras palabras, esconden advertencias y temores. La resistencia se ha demorado, los demócratas la han activado y ya no está solo en la independencia del Poder Judicial que puede poner límites y denunciar ante el Congreso a un presidente que no acata sus disposiciones. El republicano cree que su voluntad es la ley como lo creían los monarcas absolutos. El presidente del Tribunal Supremo le recordó que en un estado de derecho el rey acata la ley. Estas respuestas indican que el uso violento, arbitrario y concentrado del poder no debe ser aceptado y menos respecto de la migración, la justicia y la economía. Llegó el tiempo de dar forma al amplio descontento motivado por las políticas que afectan su propia economía y la del mundo. Trump parece desconocer los derechos y libertades que son el legado del liberalismo. En su desenfrenado afán atropella y lesiona los puntos neurálgicos del liderazgo democrático que EE.UU. ganó después de la Segunda Guerra Mundial. Trump aunque se crea invencible, no lo es.

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