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Keiko Fujimori sufrió dos reveses esta semana. El primero vino de quien ella misma llevó al Congreso; Yeni Vilcatoma, la que ofreció cero corrupción a nombre de Fuerza Popular. Buscó catapulta política desde que grabó en secreto al exministro Figallo; pudo ser ppkausa, pero prefirió el naranja. La negociación con Keiko fue clara; yo te blanqueo y tú me das una curul.

Tal alianza política, pegada con babas, duró lo que toma secar la saliva al decir adiós. Vilcatoma creyó que Keiko era su salvoconducto, aunque al lado de 72 intereses disímiles a los suyos. Era claro que a Keiko le importaba poco si la Fulana, como finalmente ocurrió, salía de la reunión en la Hacienda Monterrico llorando derrotada. Total, le quedan 72, y allí está Becerril para fustigarla y, de paso, apurar la ley contra los tránsfugas para que se disipen las disidencias.

Mientras los fujimoristas querían “desvilcatomizar” la agenda y pasar este revés, apareció otra vez Becerril, junto a Karina Beteta, para oponerse a que la UIF acceda a secretos bancarios sospechosos con el solo aval de un juez. FP no quiere que el gobierno reforme la UIF con facultades; ellos, desde el Congreso, quieren reformarla a su gusto, sin entender que los capos financian la inseguridad ciudadana que hoy se reclama como prioridad acabar.

Keiko, así, le niega margen de acción al gobierno y vuelve a despertar las sospechas de la campaña. ¿Joaquín Ramírez es el principal beneficiado con la reforma frustrada en la UIF? De momento, quién sabe si él, los narcos y los sicarios estén descorchando un champán por esta nueva maniobra fujimorista.

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