Mientras el país sufre una tragedia nacional salpicada de sangre en el sur del país, en el norte, más precisamente en Trujillo, el flamante alcalde ha convertido su consabido show en un caos.

Arturo Fernández ha tenido un inicio accidentado de su gestión como alcalde de Trujillo. Desde su juramentación con banda presidencial y alteración de los símbolos patrios hasta los ataques al jefe de la Policía en la región (con quien se niega a trabajar); desde su show con unos contenedores donados por un empresario de dudosa reputación que no pudo recibir oficialmente por no hacerlo conforme a la norma, hasta el uso de un vehículo de ese mismo empresario para recorrer calles y meterse a un bungaló para trasmitir su supuesto acto de fiscalización. El alcalde actúa como si estuviera en un reality, no como una autoridad electa para resolver los problemas de la ciudad.

Ayer Fernández perpetró una especie de autogolpe. Después de más de una semana de no saber a quién poner como gerente de Seguridad Ciudadana, nombró a un funcionario edil de una pasada gestión, pero horas después todo estalló. El alcalde acusó a los serenos de corruptos, de vagos y de muchas otras cosas, y los echó; los serenos se pronunciaron y salieron a protestar contra él, a decirle que si no sabe cómo gobernar mejor renuncie. Fernández ha planteado cerrar la Gerencia de Seguridad Ciudadana y trabajar directamente con el Ejército. Un autogolpe, tal cual.

El problema es que estamos hablando del sector más problemático. La ciudad de Trujillo vive un drama por la inseguridad ciudadana, y al flamante alcalde no se le ocurre otra cosa que incendiar la pradera dentro de la propia municipalidad y pelearse con los agentes ediles. Un alcalde que no respeta las normas y que parece sufrir de una dependencia patológica hacia el show.