Agustín Lozano se quedará a la cabeza de la Federación Peruana de Fútbol (FPF) por cinco años más respaldado por los clubes de las ligas no profesionales. En lo que parece un dejavú, me hizo recordar a la época de Manuel Burga y Nicolás Delfino, quienes manejaron a su antojo la selección y tuvieron que dejar sus cargos apestados por actos de corrupción.

Lozano, antes de llegar a ser quien es, fue quien lanzó a Edwin Oviedo a la FPF. Era la mente estratégica detrás de un empresario cusqueño que triunfó con en club Juan Aurich. Todos en Chiclayo saben que el directivo de la federación fue el artífice de esa jugada, en la que él iba de acompañante a la espera de su turno. Lo que no estaba en sus planes era el éxito de su delfín.

¿Por qué a los peruanos nos importa tanto lo que pase en la FPF? Porque somos un país futbolero, cuyo resultado influye en el estado de ánimo nacional. Si bien es una organización privada, que no utiliza los recursos del Estado, el interés público lo sobrepasa, más aún porque es el ente rector del fútbol peruano, que organiza la liga profesional.

Entonces, la continuidad de Lozano en la FPF preocupa. Ha llevado a Jean Ferrari para lavarse la cara y ganarse algo de popularidad; pero, eso no garantiza que lo conlleve al éxito. La selección peruana está eliminada (no seamos ilusos), el torneo es un mamarracho (acaban de eliminar al Binacional en plena segunda rueda del campeonato) y el juego de menores no existe.

Hay muchos intereses detrás de la FPF, como una gran mayoría medios de comunicación que calla para no cuestionar la continuidad de Lozano porque la publicidad se puede caer. Pero, ¿cuál es el éxito de la dirigencia? Ninguno. ¿Qué mejoró en el fútbol peruano? Nada. ¿Hacia dónde vamos? Para ninguna parte. Disculpen el pesimismo, pero las cifras no mienten.