La elección de Robert Prevost como nuevo líder de la Iglesia Católica, ahora bajo el nombre de León XIV, ha sido recibida en el Perú con emoción, orgullo y una profunda sensación de cercanía. Su primer gesto como Pontífice, al saludar en español a su querida diócesis de Chiclayo, no solo fue simbólico, sino profundamente conmovedor para todos los peruanos.
Prevost no solo llegó al Perú hace más de 40 años como misionero; eligió quedarse, acompañar y servir. Su amor por estas tierras lo llevó incluso a nacionalizarse peruano, una muestra clara de identificación con nuestra cultura, nuestra gente y nuestras luchas cotidianas. Hoy, con su elección como papa, sentimos que uno de los nuestros ha sido llamado a guiar a millones de fieles en el mundo.
Se trata, sin duda, de un hecho histórico que fortalece la fe de los peruanos y nos llena de esperanza en tiempos difíciles. La figura de León XIV representa una Iglesia que no mira desde lejos, sino que se compromete activamente con los más necesitados. Él mismo ha declarado su deseo de seguir construyendo una institución cercana a los pueblos, comprometida con la justicia, la paz y la dignidad humana.
Pero su elección trasciende nuestras fronteras. En un mundo marcado por la violencia, los conflictos armados y las fracturas sociales, el nombramiento de un papa con vocación de servicio y sensibilidad hacia los más pobres representa un mensaje potente.