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Desde Alberto Andrade Carmona, Lima no ha vuelto a tener un alcalde que revolucione la ciudad y ofrezca logros tangibles en cuanto a bienestar y sosiego. En su primera gestión, el líder de Somos Perú transformó el centro de la capital -que era entonces un muladar público atosigado de basura, delincuencia y comercio ambulatorio- y lo convirtió en una zona no solo vivible y respirable, sino rescatada en su belleza histórica y cultural para los turistas del Perú y del mundo. No fue su único logro (también construyó la Vía Expresa de Javier Prado) pero sí el que más recordamos los limeños de la época (1996-2002), quienes teníamos que soportar cada día la vergüenza de ese Centro Histórico monstruoso e invivible. Hoy, las prioridades de esta megaurbe han cambiado. Son mayores las necesidades y abismales los desafíos, pero dos pueden considerarse los puntos de partida para empezar a gerenciar la ciudad en los tópicos en los que los últimos alcaldes han fracasado: transporte público y seguridad ciudadana. El primero -de total potestad municipal- agobia, estresa, satura, desespera. Y da la impresión de que nadie lo toma en serio. Se pierde tiempo, paciencia y salud en un problema que debería ser emblemático por sus dimensiones. En el segundo, urge una más efectiva coordinación con el Ministerio del Interior para apoyar en una tarea de la que la comuna no puede desentenderse. Taipéi redujo ostensiblemente los crímenes instalando cámaras por todo el orbe. ¿Podemos replicarlo? No veo en el espectro electoral a un candidato de las bondades de Andrade, de su bonhomía, caballerosidad y gran amor por la ciudad; pero si algún criterio puede servir para esta elección es votar por aquel que más se parezca a él.