La nobilísima tarea de los puentes es la de unir dos lugares separados, ya sea por un río o un abismo. En la historia de muchos pueblos la construcción de un puente ha servido para cambiar su destino. Así también, la destrucción de ellos ha modificado el curso de los sucesos, como ha sido frecuente en las guerras.

No son estos puentes los que necesita el país, sino otros, en apariencia más sencillos, para lograr algún entendimiento entre el Ejecutivo y el Legislativo. Pero la verdad es que esta voluntad de “tender puentes”, tan frecuentemente invocada por el primero, no es más que un simple recurso verbal para embaucar a los ingenuos porque no tiene la más mínima intención de obtener ese acercamiento. El Poder Ejecutivo tiene una agenda que desea cumplir a toda costa y en ella las posiciones de la débil mayoría congresal son un obstáculo que están buscando desaparecer con un argumento ya conocido. Repetir tercamente que el Congreso no deja gobernar al Ejecutivo es francamente insólito (y tengo veinte adjetivos más) y muestra el absoluto desprecio que sobre la democracia vigente tiene el grupo que gobierna. Hacen lo que les viene en gana, violentando, cuanta norma sea necesaria, pero cualquier observación sobre estos desmanes es calificada de “golpista”.

El puente que necesitamos y que quizás nos devuelva la posibilidad de ser un país viable es el de la pronta renovación del Ejecutivo y ojalá fuera posible de ambos poderes, por su descrédito. No hay intención ni será factible que haya entendimiento. Ellos no son dos orillas separadas: son el río tormentoso o el abismo insondable. Y necesitamos pasar sobre ellos hacia el futuro.

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