Ayer por la mañana, mientras muchos limeños y chalacos celebraban en familia el Día del Padre o se alistaban para eso, un sismo de magnitud 6,1 remeció la capital y el vecino puerto, y al mismo tiempo nos hizo recordar la situación de gran vulnerabilidad en que se encuentra, en general, toda la costa peruana ante la posibilidad de que en cualquier momento ocurra el descomunal terremoto que los expertos han advertido, debido a la energía acumulada por un prolongado silencio sísmico.

Los conocedores han advertido un sismo de una magnitud incluso superior a 8, lo que sería catastrófico por más simulacros y campañas que se realizan cada cierto tiempo. El sacudón de ayer, que ha dejado un fallecido en el distrito de Independencia, algunos daños materiales y desprendimientos en la Costa Verde, debería ser tomado como una clarinada, como un aviso de la necesidad de tener listas las mochilas de emergencia y saber qué hacer, tanto en casa como en los lugares que frecuentamos, apenas ocurra la emergencia.

Pero el peligro no son solo los efectos de un terremoto en sí. Jamás se puede descartar que un sacudón con epicentro frente a nuestras playas genere un tsunami. Ante esto, sería bueno saber si en zonas habitadas en la costa, o en puertos y caletas, la gente sabe qué hacer en caso de que el mar se desborde, como sucedió el viernes 28 de octubre de 1746, en que el Callao fue borrado del mapa. Estoy seguro de que en la mayoría de casos, la respuesta sería negativa.

En un país por naturaleza sísmico como el nuestro, siempre es una gran irresponsabilidad tener en cuerpo de bomberos con limitaciones y exigencias de mejoras de equipos. Si en Lima es así, es fácil imaginar lo que sucede en provincias. ¿Están en condiciones los heroicos voluntarios de rojo de atender decenas de emergencias en simultáneo? La respuesta es más que evidente. En este caso, la dejadez viene de los sucesivos gobiernos que han preferido mirar el asunto de costado.

Las advertencias están dadas hasta el cansancio. Revisemos nuestra historia. Nunca olvidemos lo sucedido en el Callejón de Huaylas el 31 de mayo de 1970, o en Ica, Pisco y Chincha el 15 de agosto de 2007, por citar solo dos eventos sísmicos que costaron miles y cientos de vidas, respectivamente. El tiempo pasa, pero las necesidades siguen siendo las mismas. Lamentablemente, esto se hará evidente cuando la integridad de miles de peruanos sea puesta en juego por la naturaleza.