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La misión de la FIFA, entre otros postulados, contempla “infundir esperanza en los que más la necesitan”. Además, en los ítems de valores, preconiza “promover la unidad y fomentar la solidaridad a través del fútbol”.

Enfundados en estos parámetros oficiales es válido preguntarle al ente rector del balompié mundial, si no ha advertido que está matando las ilusiones de 31 millones de peruanos que esperaron 36 largos años -desde España 82- para volver a ver a su selección en un Mundial.

Si la propia FIFA se ha convencido de que Paolo no consume cocaína, se entiende entonces que el desliz del té contaminado tiene asidero. Y de aquí se desprenden varias interrogantes más: ¿Se le pueden cortar las piernas y el sueño a un jugador que es el alma de una de las 32 selecciones clasificadas para Rusia 2018? ¿No que la FIFA cuida el espectáculo? ¿No que hay que proteger a los habilidosos? ¿Y la unidad y la solidaridad?

No lo decimos nosotros, lo firman los periodistas argentinos: Guerrero está a la altura del delantero uruguayo Luis Suárez, y, si en lugar de blanquirrojo fuese albiceleste, de hecho le inyectaría sangre a la tibieza de Messi y las chances de ganar el Mundial serían mayores. Bajo la misma circunstancia, ¿a Neymar lo dejarían fuera de esta cita? Claro que no. La defensa y la misma FPF deben tronar más.

En el análisis del periodista y del hincha, un año de suspensión para Guerrero es demasiado castigo y la FIFA lo sabe. En la fiesta tienen que estar los mejores y el “Depredador” es uno de ellos. No por un ocasional tecito contaminado, que amerita un correazo de seis meses, no más, se puede tener en vilo a todo un país. La justicia debe ser el mejor gol de la institución de preside Gianni Infantino.