Martín Vizcarra y Pilar Mazzetti se llevan las mayores condenas por haber sido los más importantes servidores públicos en esta pandemia, pero el problema y el drama nacional va más allá. Es un tema estructural: la corrupción y el aprovechamiento de cualquier situación de poder dentro y fuera del Estado.

Porque además del presidente y de dos ministras, de funcionarios de alto nivel, en la lista de las llamadas vacunas VIP hay médicos, empresarios, familiares y demás privilegiados del entorno. Es decir, los contactos de oro, la argolla, los amigos y los favores.

Se trata en efecto de una “cultura” muy arraigada en el país. Existe una clase privilegiada, dentro de lo público y lo privado, de distintas posturas e incluso ideologías, que siempre tiene acceso a lo que el resto del país no. Las famosas cortesías que, por ejemplo, se reparte en grupúsculos cuando se trata de los partidos de la selección o de otros clubes en los IPD de las regiones del país. La misma argolla de contactos y de amigos.

Preocupa que esto ocurra en todas partes y en todos los ámbitos. Ha ocurrido entre el gremio médico, con una carencia de ética aterradora, tan aterrador como comprobar que en la Universidad Cayetano Heredia, en el equipo de investigadores de esta casa de estudios, se haya puesto en evidencia estas irregularidades. Ni la ciencia, ni la academia se salva de aquello que siempre le achacamos a los políticos. Porque ahora lo tenemos más claro: si esas vacunas llegaron a políticos, a empresarios y otros, fue gracias a que un equipo de médicos e investigadores así lo permitieron.

Y esto demuestra que el problema no está solamente en la política y en políticos puntuales. Está enraizado y debemos admitirlo, primero. Mirémonos en el espejo de nuestra sociedad. Solo así podremos cambiar este desastre estructural.