El filósofo Albert Camus escribió durante y al término de la Segunda Guerra Mundial una serie de impresiones sobre la gran tragedia europea. Esta reunión de escritos se difundió luego bajo el título de El verano.
Entre tantos textos, hay uno que brilla especialmente por la madurez de sus pensamientos y elegancia estilística: Los almendros. Escrito en 1940, mientras las naciones europeas se sometían voluntariamente a la diosa Éride, la tierra formaba grandes pozos de sangre, la ira era reina y el odio recíproco ocupaba el trono.
A propósito, Jorge Luis Borges, en su poema Juan López y John Ward, asigna como responsables de las contiendas bélicas a los cartógrafos, que por medio de rigurosas delimitaciones territoriales terminan por auspiciar la guerra. Crueles y cruentos enfrentamientos trastornaban la vida de los hombres, el mundo se reía del proyecto de una paz perpetua pergeñado por Immanuel Kant, y la división era el estigma de Europa.
En ese contexto, nuestro filósofo escribió: “Cuando vivía en Argel, esperaba siempre pacientemente durante el invierno, porque sabía que en una noche, en una sola noche fría y pura de febrero, los almendros del valle des Consuls se cubrirían de flores blancas. Después me maravillaba al ver cómo esa nieve frágil resistía todas las lluvias y el viento del mar. Sin embargo, todos los años resistía lo suficiente para preparar el fruto”.
¡A resistir la adversidad! Europa se descosía, pero Camus no perdió nunca la visión de que el mundo podía revertir tan dramático escenario. Que las meditaciones de Camus nos sirvan de enseñanza para no perder la esperanza en el Perú, nuestra amada patria, la que “en el invierno del mundo, preparará el fruto”.