En nuestra política de hoy hay una mezcla de sinsabores que merecen ser desmenuzados sin apasionamientos. Por un lado, el nuevo presidente tiene la misión de encaminarnos hacia un país gobernable el 2026; por el otro, la calle está hirviendo por la inseguridad ciudadana y crece el repudio hacia las autoridades de turno. Esos condimentos recalientan la olla a presión en la que se ha convertido el manejo del Estado.
Es evidente que Somos Perú, el partido al que pertenece el mandatario José Jerí, no podrá gobernar solo. Necesita de otras fuerzas políticas para sobrevivir a los nueve meses de transición. A diferencia de Francisco Sagasti, el nuevo jefe de Estado afrontará este periodo fértil en protestas, como la anunciada para el próximo miércoles. No creo que los problemas heredados se desvanezcan, sino que cada día se acrecientan.
Un claro mensaje de la línea del gobierno es la composición del nuevo gabinete ministerial. Ese será el termómetro de cómo vamos a vivir en este lapso de gestación hacia julio de 2026: si se mantienen los perfiles o nombres, el mensaje será de confrontación, que nada ha cambiado. Y esta no es una sucesión partidaria, como Castillo-Boluarte, sino constitucional, por lo que no le ata una ideología.
Un gobierno de transición no da para reformas profundas, más aún si las próximas elecciones serán en seis meses. Pero, tampoco debe convertirse en una mesa de partes que atienda en modo avión porque lo se requiere, de manera impostergable, es una reacción como Estado frente a la inseguridad ciudadana. Y sobre este tema, todos coinciden en que las acciones se deben tomar sin esperar al próximo gobernante.