La historia del Perú es la historia de la búsqueda de la unidad por encima del sectarismo. Pienso en todo aquello que ha configurado la Peruanidad a lo largo de los siglos, en ese enorme esfuerzo de síntesis por encima de las diferencias. Por eso, todo aquello que atente contra la unidad nacional, todo aquello que busque la dispersión y la batalla de los de arriba contra los de abajo, debe ser combatido sin descanso. La unidad es el principio esencial sobre el que debemos de configurar el Estado del futuro.

No faltan los desintegradores de esa síntesis viviente que es el Perú. Ellos encarnan el radicalismo, el jacobinismo político, el afán de implosionar el país. Anhelan una sociedad ácrata donde se imponga el pensamiento único. El totalitarismo ideológico tiene un programa concreto: la destrucción de nuestra nación. Sobre las ruinas del Perú, supuestamente, fundarán una sociedad revolucionaria en la que todos recibirán lo que necesiten según sus capacidades. Esta utopía socialista nunca ha logrado configurarse en el planeta, pero sus defensores continúan aferrados a los sueños de opio del marxismo.

Tenemos una oportunidad histórica de convertir el Bicentenario en un evento de unidad nacional. Por encima de las divisiones artificiales de la política, más allá de todo lo que nos separa y enfrenta, venciendo la mezquindad del día a día, el Bicentenario debe relanzar la imagen del país, la marca Perú y la posición internacional que buscamos ocupar en el Pacífico Sur. El viejo sueño de Castilla, la visión de Cáceres, el anhelo incumplido de Santa Cruz, todo eso debe inspirar un Bicentenario de la unidad. Cuando hemos buscado la unidad nacional es cuando hemos sido grandes de verdad.

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