La cadena de sismos que sacudió Lima y el Callao no solo activó las alarmas sísmicas, sino también las de la conciencia colectiva. Cada temblor, por leve que parezca, nos recuerda una verdad que no podemos seguir ignorando: vivimos sobre un terreno frágil, en una de las zonas más sísmicas del planeta. Y no estamos preparados.

El Perú forma parte del llamado “Cinturón de Fuego del Pacífico”, una vasta cadena de fallas geológicas donde los sismos de gran magnitud no son una posibilidad lejana, sino una certeza demorada. Los científicos y especialistas lo han repetido: en algún momento, Lima enfrentará un terremoto de gran magnitud. Y aunque no podemos evitar que la tierra tiemble, sí podemos decidir cómo enfrentarlo.

“El terremoto no mata, la falta de preparación sí”, advierten los expertos. Y tienen razón. La vulnerabilidad no solo está bajo nuestros pies, sino también sobre ellos: en las paredes mal levantadas, en los techos improvisados, en las casas construidas sin planificación ni asesoría técnica. Según estudios, el 69% de las viviendas en Lima y Callao son autoconstruidas (75% a nivel nacional), es decir, hechas sin supervisión profesional ni criterios antisísmicos. En otras palabras, millones de personas viven en estructuras que podrían convertirse en trampas mortales.

Urge una política nacional de prevención seria, que no se limite a simulacros protocolarios, sino que aborde el problema estructural de fondo: el desorden urbano, la informalidad en la construcción y la falta de fiscalización efectiva.