Esta semana, fuimos testigos de —tal vez— el peor desastre natural de los últimos años en Perú: el vertimiento de petróleo de la refinería La Pampilla, que se extiende a casi dos millones de metros cuadrados en nuestro Mar de Grau.

Hay dos elementos que hacen más complejo este desastre; el primero es que, fue más perceptible para la opinión pública, pues a diferencia de otros derramamientos de petróleo que, generalmente tienen lugar en la Amazonía, lejos de las cámaras de los periodistas y en parajes recónditos de la geografía nacional, este tuvo lugar en el mar, cerca de la capital y en la temporada en que numerosas familias acuden a las playas para veranear.

El segundo, fue el partido de ping-pong entre la empresa responsable de la operación de la refinería y el Gobierno por adjudicarse la responsabilidad sobre el desastre, generando una dilación en la toma de acciones técnicas en conjunto, que hubiesen impedido el avance del vertimiento y así, evitar el daño ambiental y sus consecuencias.

Para alcanzar soluciones efectivas a nuestros problemas compartidos, se requiere que todos los actores sociales (públicos y privados), busquen generar confianza, la cual se alimenta no solo de palabras, sino también y, sobre todo, de gestos, los cuales fueron ausentes en el manejo de esta crisis. Aquí aparece el principal reto de nuestros líderes hoy en el país.