“El viaje al norte del Perú me ha servido mucho de ayuda. Creo que he finalizado ya esta novela (“Le dedico mi silencio”). Ahora, me gustaría escribir un ensayo sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Seré lo último que escribiré”.
Así, con ese anunció con sabor a despedida y punto final, el inmenso Mario Vargas Llosa, fallecido hace una semana, le decía adiós a su oficio de novelista con una historia en la que nuestra música criolla, ese género que se resiste a ser un recuerdo, toma un rol vital.
Toño Azpilcueta, el protagonista, que apuesta por la unión de un país por la música popular peruana, un investigador incomprendido, marca el rumbo de una novela en la que, además de reafirmar la teoría de un elemento en común que nos ayude a salir de un Perú enfrentado, nos cuenta una historia entrañable.
Y además de Lalo Molfino, un guitarrista fuera de este mundo, que deja obsesionado a Azpilcueta quien se dedica a investigar sus orígenes, aparece como personaje la gran Cecilia Barraza, voz privilegiada del acervo criollo. “Aunque ya me había mencionado en novelas anteriores, esta vez fue diferente”, dice la cantante, que en “Le dedico mi silencio” es el amor platónico de Azpilcueta, su amiga incondicional, la que escucha sus locuras, pero también lo baja a tierra.
“En 2021, Morgana, la hija de Don Mario, me llama para convocarme a una reunión que harán en su casa para darle una sorpresa a su papá. Y así fue que lo conocí. Él se emocionó mucho, le canté “Poema a la marinera” de Victoria Santa Cruz, y luego un vals y un tondero. Luego, nos sentamos a conversar un buen rato, me preguntaba mucho y yo respondía sin pausa”, recuerda una nostálgica Barraza. El espíritu, la esencia de “Le dedico mi silencio”, el libro con el que despide Mario Vargas Llosa esa pasión que marcó su vida, va más allá de una apuesta literaria por contar una historia con personajes que estén relacionados con la música criolla y que sus protagonistas parecen nadar siempre contra la corriente.
El Nobel quiso, a ritmo de valses, tonderos, marineras, y además, de contar los orígenes del acervo musical costeño, buscó marcar una póstuma reflexión sobre la posibilidad de que la música una a una nación, en pocas palabras el arte, y sobre todo, sin mencionarlo, la literatura; la suya que nunca dejó de señalar los conflictos de una nación y de su gente. Por eso, el legado de Mario Vargas Llosa será eterno.