A estas alturas, pese a los esfuerzos del gobierno por contener la epidemia del coronavirus y mitigar sus efectos devastadores, está claro que el sacrificio no será suficiente y la batalla de estos días la perderemos a un costo de miles de vidas. Es cierto que el presidente Vizcarra actúa con empeño. Nadie duda que enfrenta un estado de tensión continuo y que empuja, en la primera fila de la guerra, el cañón más pesado y humeante, pero es también cierto que en la compleja encrucijada de esta conflagración, que obligaba a reducir a cero el margen de error, ha cometido yerros gravitantes. Uno de ellos, quizá el principal, ha sido la designación de Víctor Zamora en el Minsa. Ante la impresión de que Elizabeth Hinostroza no daba la talla y empezaba a quedarle grande el liderazgo que se requería -más aún si autorizó la cuestionada compra de 1’400,000 pruebas rápidas-, lo que refleja Zamora son solo inconsistencias, dudas y contradicciones. En principio, se ha empecinado en validar la profusa aplicación de las pruebas rápidas sin que restrinja su uso a un carácter complementario y, más bien, busca con ellas, fallidamente, avanzar en el plan de confinar el virus. Más de un deceso, como el de Ushñahua, es la factura de esta necedad. Es así que la buena decisión de una rígida cuarentena obligatoria que tenía que ser secundada por el plan de cercar al virus con una masificación de test (plan recomendado por la OMS) tiene todos los visos del fracaso al promediar ya, dramáticamente, el medio centenar de muertos por día y al inminente colapso de la atención en hospitales y áreas de cuidados intensivos. Zamora falla en sus previsiones -dijo que el pico de la enfermedad se iba a alcanzar a la mitad de abril-, en su táctica y en mitigar las debilidades del sistema. Su liderazgo es inocuo, apuesta por el ensayo-error y no ha llegado a plasmar en su trabajo los dos rigores que la emergencia exigía: Aplicar la ciencia y liderar la operatividad. En sus manos recaía la delicada misión de encabezar una pulcra estrategia sanitaria que hoy, sencillamente, hace agua. Vizcarra debe haber entendido, tardíamente, que no era la hora de un político, y menos de izquierda.