La sola presencia de Gonzalo Alegría como candidato a alcalde de Lima evidencia la decadencia a la que ha llegado la clase política peruana. Un sujeto inescrupuloso, patán, mentiroso y agresivo no debería, siquiera, tener cabida en una elección política y por ello es necesario que el JNE revise la ley electoral para evitar que indeseables de esta calaña, que desprecian y ofenden públicamente hasta a su propia familia, sean parte de lo que debería ser una fiesta democrática.

No obstante, la responsabilidad principal por la presencia de este indeseable personaje recae directamente en Juntos Por el Perú (JPP), el partido que postuló a Verónika Mendoza a la presidencia del país y que ahora se mantiene vendido al Gobierno al precio irrenunciable -para políticos sin pudor- de un ministerio. El señor Roberto Sánchez, el dueño del negocio llamado JPP, se mantiene escondido bajo un escritorio de trámites sospechosos en el Mincetur y no ha salido a rechazar, como debería, esta ignominiosa candidatura.

Claro está, es difícil pedirle gestos de decencia a quien se ha atornillado en un portafolio debido a los votos que los congresistas de JPP le otorgan a Castillo y a quien, nauseabundamente, no tiene problemas en trabajar para un régimen que, según las abundantes pruebas de la Fiscalía, no tiene presidente sino cabecilla y no tiene partido sino organización criminal. Igual y pese a todo, pese a este furúnculo infecto impregnado en la contienda gracias a JPP, el domingo hay que ir a votar en medio de un panorama desolador, con un López Aliaga asesorado por un vomitivo Chibolín y un Forsyth que abandonó La Victoria para entregarse a la voracidad de su apetito político de ingesta presidencial.

Lo demás es tan opaco como lo anterior, tan gris como el cielo de Lima en este invierno gélido, tan desesperanzador como entrar a una cabina de votación y no saber qué diablos marcar.