Los neoyorquinos jamás salieron del trauma generado por el atentado terrorista de las Torres Gemelas de aquel nefasto 11 de setiembre de 2001. Es verdad que en el lapso de los 16 años transcurridos han buscado olvidarlo, pero nunca lo consiguieron. El atentado de la víspera en Manhattan, la capital del mundo, otra vez golpea duramente a la sociedad estadounidense, que tantas veces pregonó creerse intocable e invulnerable a un ataque terrorista en la falsa idea de que por su omnímodo poder todo estaba controlado. La tragedia de ayer ha dejado como trágico saldo, hasta el cierre de esta columna, 8 muertos y cerca de 16 heridos, y por cierto enluta a Nueva York, la ciudad natal del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pero sobre todo coloca en aprietos muy serios a la seguridad del país respecto del terrorismo internacional, que el propio Trump se encargó de prometer en tono garantista que lo combatiría hasta acabarlo. La realidad nos muestra otro panorama y seguramente en las próximas horas varias cabezas van a rodar, porque Trump hará cualquier cosa para aparentar un falso despliegue de inteligencia sin cuartel. A diferencia del reciente atentado en Las Vegas, donde murieron más de 50 personas, esta vez ninguna autoridad de Washington ni las locales han podido ocultar que se trata de un ataque terrorista. La manera en que se ha producido -atropello indiscriminado- confirma la modalidad que vienen adoptando los denominados lobos solitarios, que se burlan en las propias narices del más “sofisticado” sistema de seguridad antiterrorista con que pueda contar el país más poderoso de la Tierra. Esa es la realidad. Es un golpe muy certero para el gobierno de Trump, que experimenta un frente interno con serios aprietos. Los terroristas jamás se van a quedar de brazos cruzados, sobre todo luego del certero bombardeo estadounidense -bomba madre- en sus campamentos en Afganistán. Algo radicalmente distinto deberá planear la CIA o el FBI, por estos días distraídos con las revelaciones de los documentos desclasificados sobre el asesinado presidente John F. Kennedy (1963).