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El caso del periodista Rafo León y sus diatribas a un grupo de congresistas fujimoristas y a la propia Keiko, camufladas bajo su disforzado personaje “Lorena Tudela Loveday”, ha vuelto a poner sobre el tapete, como si hiciese falta hacerlo, el doble rasero que manejan ciertos sectores políticos vinculados a la izquierda; estos son capaces de invocar a la Santa Inquisición y condenar a freírse en todos los infiernos al economista Juan Mendoza por maltratar física y psicológicamente a una mujer, pero silban y miran a otro lado si alguien del grupito, la grey o la camarilla vomita frases abyectas e irreproducibles bajo la farsa de una supuesta sátira política. Alguien dirá que los hechos son disímiles y no equiparables, y podría tener razón. Sin embargo, busco la comparación adrede porque, finalmente, ambos son hechos despreciables y merecen una demoledora condena pública. Lo de Mendoza invita al repudio; y el entorno laboral en el que se movía adoptó las primeras duras y necesarias medidas en su contra. El camino judicial hará lo propio. Ahora, el insulto a la mujer, ¿es aceptable porque se trata de Keiko y de varias fujimoristas? ¿Es eso sátira, humor o sencillamente una tolva de estiércol arrojada con impunidad bajo la falacia de la “libertad de expresión”? ¿Y dónde están las feministas? Salvo “Ni una menos”, ninguna se ha pronunciado. Por eso, al cierre de esta columna, me resulta inconcebible y grosera la postura del IPYS. Si aceptamos que el periodismo tiene derecho a denigrar y maltratar en el nombre de la libertad, este oficio está perdido. No por defender a la prensa se puede denigrar a la sociedad.