“Nos falta previsión. Todo cuanto pasa se sabe que va a pasar, entre otras cosas porque lleva siglos pasando, pero nadie mira atrás para aprender (..) Somos gobernados por chusma, gentuza que ve venir la tragedia y no hace nada porque está ocupada en campañas electorales, o en apoyos parlamentarios, o favoreciendo a su clientela, a sus mierdecillas, a sus lameculos y a sus compadres”, decía el escritor Arturo Pérez Reverte hace algunos años atrás a propósito de unas inundaciones en España.

Estas palabras me hacen recordar a lo que sucede hoy en el Perú, luego que las torrenciales lluvias en algunas regiones dejaron a su paso destrucción y muerte. Puentes colapsados, víctimas fatales, miles sin viviendas, cultivos y ganados arrasados, carreteras bloquedas y comunidades enteras en alerta roja. Y lo peor es que todo esto era previsible. La historia nos da lecciones que ignoramos una y otra vez, y cuando la desgracia llega, nos sorprendemos como si fuera la primera vez.

Los griegos definieron la tragedia como “la suma de elementos tan letales como inmodificables”. Para los peruanos, además de un terremoto, un brutal huaico o las inundaciones, la tragedia también es tener autoridades improvisadas, irresponsables y negligentes. Luego, se sorprenden de que la ciudadanía no confíe en ellos. Pero ¿cómo hacerlo si no cumplen con lo más básico de su función como gobernantes? Dar tranquilidad y calidad de vida a la gente no debería ser una aspiración, sino una obligación. Sin embargo, mientras no haya un cambio estructural en la forma en que se gobierna, seguiremos lamentando tragedias que pudieron evitarse. Y la historia, esa que tanto nos esforzamos en ignorar, volverá a repetirse.