Cuenta la esposa que su marido le dice, con cínica naturalidad, que el día estuvo malo porque no hizo servicio en la calle, en tránsito. - ¿No le avergüenza decírtelo?, le pregunto. - No, él cree que está en su derecho porque el sueldo no le alcanza y esa es una manera de pagarse. Aquí hay varios problemas juntos, que juntos pueden enfrentarse. Para comenzar, el control del tránsito vehicular en calles y carreteras no es un problema para ocupar a la policía. Los choferes no son delincuentes y conducir no es un acto delincuencial, no necesita pistolas y balas. Los policías no son semáforos tampoco. A los policías, y si son especializados mejor, se les necesita para luchar contra el delito. Cualquier otro organismo, como el Serenazgo, es suficiente para el control del tránsito. Que la coima siga igual o peor, es otro problema. Entonces tendremos a una policía libre de la distracción de vigilar choferes, de corromper y ser corrompidos por infractores que les deslizan billetes, y más bien los concentramos en los delincuentes que hoy constituyen la principal preocupación de la ciudadanía. Perseguir el delito los obligará también a alejar a muchachos que no soportan un empujón o chicas cuya contextura no les permite correr 100 metros sin perder el aliento. No se trata de discriminar nadie, pero no todos los que medimos 1.60 podemos aspirar a competir en salto alto. Así de simple. Elevar la autoestima de la profesión policíaca pasa por eliminar todos estos aspectos que le denigran, le quitan dignidad, devolverles el respeto de la población. Encontrarse en la carretera con una patrulla policial debe hacernos sentir tranquilos, y no sentir temor de ser asaltados, como ocurre algunas veces hoy.

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